Quisiera poder entregarte mis huesos
pero has machacado tanto los del alma
que el cuerpo tangible se repliega, se amedrenta.
Mi imaginación se ha convertido en tupperwear
vacío. Ni siquiera me atrevo a desear
que te acerques a mis cenizas. No quiero
revivir, para luego estrellarme contra el suelo.
Cada golpe es un caos, un dolor castrante
que lacera mis pies, cuando abro la marcha.
Los relámpagos perdidos me hacen comprender
que es preciso saborear primero el vinagre
para que la madera del roble se haga fuerte;
en un futuro podrá albergar el buen vino.
Deja un comentario